
Hacía unos días se cortó el pelo. Pidió que le hicieran el mismo corte que llevaba desde hace más de diez años. Recto, liso y con la raya al centro. Pero esta vez, desde el día que se lo cortó, tenía un remolino de pelo en la frente que le atormentaba cada mañana al salir de casa. Daba igual el tiempo que empleara batallando con el cepillo, el secador y el agua, este acababa rebelándose contra ella y terminaba por desistir frente al espejo. Lo único que le quedaba era intentar no pensar que estaría ahí lo que le quedaba de día. Aunque, bastaba la mínima mirada repentina a un espejo para que su enojo resurgiera al ver que seguía ahí.
No recordaba tener remolinos en el pelo, eso era lo que más le frustraba. ¿Por qué ese había salido de repente para atormentarle sus días? Se puso a buscar fotos por si encontraba alguna que le dijera si ese remolino estaba ahí en algún otro momento de su vida. Buscando y buscando no logró encontrar ninguna de los últimos diez años, pero sí se topó con una fotografía en la que tendría alrededor de seis años y estaba ese remolino dichoso.
Llevaba el pelo corto y sujeto con una felpa de tela visiblemente mal puesta y ese remolino se rebelaba de nuevo contra ella escapándose de toda sujeción. Sin embargo, lo que más llamó su atención de esa foto era su cara. Parecía realmente feliz. Aparecía sentada en un sillón agarrando un peluche al que en aquella época tenía mucho cariño y tenía una sonrisa mellada y sincera que le ocupaba todo el rostro. Parece que en ese momento el remolino no era un problema para ella.
Desde que salió el remolino de nuevo se sentía profundamente mal. Llevaba un tiempo dándole vueltas a preocupaciones en su cabeza y situaciones futuras que ahora mismo no sabía cómo afrontaría. Había días en los que perdía la ilusión, la motivación y la felicidad. Se sentía como si estuviera en un sitio lleno de oscuridad en el que a veces aparecían pequeños haces de luz que terminaban disipándose de nuevo rápidamente. Sin un camino claro se sentía de nuevo perdida ante el cambio. Parecía que nunca aprendía del pasado.
Siempre que había sentido esa sensación, se había producido después una transformación que siempre le terminaba dejando alguna enseñanza. ¿Qué era lo que tanto temía? ¿Por qué había veces en las que volvía a dudar de sí misma? Una de las razones de estos sentimientos era la incertidumbre, la maldita y también emocionante incertidumbre. No saber qué llegaría; no saber qué sería lo siguiente que estuviera haciendo con su vida… A veces costaba lidiar con ese vértigo. Es por ello que, aunque en ese momento sintiera ese vértigo en el estómago, aunque en ese momento se bloqueara momentáneamente y le robara la tranquilidad en la que estaba viviendo, sabía que luego llegaría la emoción. Siempre había llegado y no pensaba que en esta ocasión fuera diferente.
Ella creía que ese remolino que le producía intranquilidad y frustración tenía su razón de ser. Ahora mismo sigue en proceso de reconciliarse con él porque tiene la esperanza de que sea esa señal de que la emoción por algo nuevo y excitante está por llegar muy pronto a su vida y será entonces cuando ese remolino deje de ser de nuevo un problema para mí.